8 de septiembre de 2008

REC

Peliculón. Me ?a?ué en las patas. Un programa de televisión filma una estación de bomberos. De pronto hay una emergencia, y deciden prenderse en la acción. Inesperadamente, el edificio en el que ingresan es rodeado por los militares, que argumentan que hay amenazas biológicas en el interior. Lo que allí pasa es registrado por la cámara de televisión y la super-hueca host del programa. Para ver de noche (y si se animan, solitos). Peli de bajo presupuesto y alto vuelo. Obviamente, nada de pochoclos, y el volumen al mango!!!

Nash

"Branca, Branca, Branca..."

Nada que ver con el fernet, pero sí con el mejor cine italiano de los 60 y los 70: L’Armata Brancaleone (1966) y Brancaleone alle Crociate (1970), dirigidas por Mario Monicelli y protagonizadas por Vittorio Gassman.

La historia: un grupo de aldeanos andrajosos, muertos de hambre y carentes de escrúpulos mata a un caballero para venderle sus armas a un viejo, minúsculo y mísero comerciante judío, Abacuc (Carlo Pisacane, magnífico). Éste tiene en poco las armas, pero entre ellas encuentra un pergamino firmado por el emperador, donde se concede el feudo de Aurocastro al caballero que lo proteja de los piratas.

Ansiosos por hacerse con la propiedad y vivir como ricos, los aldeanos y Abacuc van en busca de Brancaleone da Norcia (Vittorio Gassman), un valiente y bienintencionado pero miserable caballero, para que tome posesión del feudo y lo reparta entre todos. Brancaleone acepta, y la “armata” sale en pos de Aurocastro. Pero en el camino se encuentran con personajes y aventuras de lo más desopilantes, que a la vez que recuerdan a la gesta del Quijote*, parodian a los principales íconos de la Edad Media que nos legó el romanticismo:

1. Los protagonistas no son reyes y princesas sino pobres diablos; el propio Brancaleone está en lo más bajo de la escala caballeril;
2.
Hay pocos castillos y palacios, y mucho polvo, fango y –literalmente– mierda; la Edad Media fue una época hedionda, y la película lo refleja bien;
3.
Las buenas intenciones y el sentido del honor de Brancaleone contrastan nítidamente con la
insaciable ambición y total falta de escrúpulos de quienes lo rodean;

4.
Lejos de ser castas y puras, las princesas que aparecen en la historia son seres sedientos de sexo que se entregan al primer hombre fornido que encuentran;
5. La ignorancia es un bien para nada escaso, la mayoría de los personajes son analfabetos y/o fanáticos religiosos dispuestos a creer que la causa efectiva de cada acontecimiento es simplemente que “Dio lo vuole”…


Por si eso fuera poco, la segunda parte –que relata el viaje de Brancaleone a Tierra Santa para conquistar el Santo Sepulcro– también es muy buena. Mantiene todos los puntos altos del film original, y le agrega algunas escenas memorables, como la confesión del pecado más terrible del mundo y la decisiva mediación de Brancaleone en el enfrentamiento entre el Papa Gregorio y el Anti-Papa Clemente.

Y por último, desde el punto de vista sonoro y visual los dos films contienen elementos de antología:

1. No están hablados en italiano sino en un “idioma” creado ad hoc, mezcla de latín con dialectos italianos antiguos, de impresionante musicalidad; y
2. Dentro de lo posible, en el vestuario y en los decorados se incluyeron toques surrealistas (visibles en las formas, los colores, etc; por ejemplo, el caballo de Brancaleone es ¡amarillo!), que junto con lo cómico/bizarro de la violencia desplegada en pantalla, por momentos hacen pensar en una Naranja mecánica medieval. Estas fantasías visuales son visibles ya desde los títulos, que dejo de yapa:





* El pomposo hablar de Brancaleone, el nombre de su caballo (“Aquilante”), su compromiso con el código de honor de la caballería, y su facilidad para auto engañarse remiten claramente al personaje de Cervantes, en tanto que la sencillez, cobardía y ambición de sus acompañantes recuerdan a Sancho y su pretensión de gobernar una ínsula. Y además, con el tiempo se va generando un sincero afecto entre el caballero y sus escuderos, quienes terminan por copiar el lenguaje pomposo y altivo de éste.

Maq